07 diciembre 2006

'Historias de Nueva York' o cómo amar a la Gran Manzana en la distancia





















Para Enric González (Barcelona, 1959), actual corresponsal de EL PAÍS en Roma, los libros sobre ciudades suelen ser de dos tipos: embelesadas historias de amor o crónicas tristes de
una decepción. Historias de Nueva York (RBA), su último libro, no es exactamente ni una cosa ni la otra. A lo largo de sus páginas no se percibe la desilusión del que ve frustradas sus expectativas, pero tampoco se desprende de su lectura que mantuviera un maravilloso idilio con la Gran Manzana durante el tiempo que ejerció allí como corresponsal de EL PAÍS (entre 2000 y 2003). El volumen contiene todo tipo de curiosidades acerca de "la capital del mundo", desde el nacimiento de la ciudad, hasta la pasión de los neoyorquinos por el béisbol, las peculiaridades de los rascacielos y barrios más representativos o el perfil de algunos de sus inquilinos más populares, como el ex alcalde Giuliani o Vincent Chin Gigante, cabecilla del clan mafioso de los Genovese.
[...]
Las anécdotas y curiosidades que componen el libro dan idea de cómo es el día a día de la gran urbe, de cómo es el carácter local y qué tipo de personajes recorren sus calles, aunque también acercan al lector a rincones de la ciudad míticos como el edificio Chrysler, cuya cúpula se construyó en secreto en el interior de la torre y se levantó posteriormente para superar en altura a otro proyecto en marcha, el rascacielos que debía albergar al Banco de Manhattan. Otras de las historias recogidas en el libro son menos conocidas, pero igualmente reveladoras. En este sentido, González reconoce sentir la influencia de uno de los personajes incluidos en la obra.Se trata de Meyer Berger, que durante más de 50 años publicó un reportaje diario en las páginas locales de The New York Times. Le considera uno de los mejores periodistas de todos los tiempos aunque, con excepción de la condena a Al Capone por fraude fiscal, nunca informó sobre aquellos temas que suelen ocupar las primeras páginas de los diarios. Se dedicaba, más bien, a hablar de la gente corriente y a relatar hechos curiosos que habían sucedido en tal o cual barrio.
[...]
El libro se cierra con una serie de emotivas páginas dedicadas a tres amigos y compañeros de profesión ya desaparecidos: Juan Carlos Gumucio, Julio Anguita Parrado y Ricardo Ortega, éstos dos últimos fallecidos mientras informaban desde Bagdad y Haiti, respectivamente. Con Ortega compartió muchas experiencias en Nueva York. "Me cuesta ver la ciudad y no acordarme de él, porque pasamos buena parte del tiempo juntos", explica el periodista, que señala que ese es uno de los motivos por los cuales ve a la ciudad como "una amante fatal" a la que ahora prefiere "amar en la distancia".

______

Fragmentos de la edición de EL PAIS del 20 de julio de 2006

Un café con... Enric González.



"Nueva York
es una ciudad
en perpetua adolescencia"

Foto de RBA: E.González

"Para disfrutar del oficio de periodista conviene ser joven y un poco inconsciente, como para enamorarse o firmar una hipoteca", escribe en su libro. Usted ya no es ni joven ni inconsciente... significa eso que ya no disfruta de su profesión?

No, la disfruto como se disfruta del sexo a mi edad, más bien por delegación. Sabes que existe y que es divertido y estás a favor de que se haga pero ya no es algo que te afecte directamente. Llevo 30 años en esto. Con el paso del tiempo te gana el desánimo, lo inutil de las cosas, ya no te acuerdas de las cosas que has escrito, pero sí de las cosas que no deberías recordar. Hace 12 años estuve como corresponsal en Rwanda y todavía tengo pesadillas. A veces me despierto por las noches y todavía creo que estoy allí y eso te desgasta. Si te dedicas al periodismo, es mejor ser joven porque tienes otra actitud. El envejecimiento hace que el cinismo sea inevitable. Eso si no optas por ser jefe, como hace la mayoría de periodistas de mi edad, que se meten en despachos, van a reuniones y se dedican a gestionar un diario, pero eso es administración no es periodismo. Los periódicos los hacen el director y los que los escriben.

¿Qué debe hacer un buen corresponsal antes de aterrizar en su destino?

Yo creo que hago muchas cosas mal, pero tengo una virtud del buen corresponsal. Estoy enamorado de Roma, donde trabajo actualmente, y probablemente me quedaría allí para toda la vida. Pero si mañana me llama el director del diario y me ofrece una cosa en Tombuctú, inmediatamente me enamoro de Tombuctú. Pienso que tienes que enamorarte del lugar al que vas, tiene que ser como tu propio país. Sino no tiene sentido. Tienes que descubrir sus virtudes y todos los países las tienen.


¿Por qué decidió escribir Historias de Nueva York?

En el plazo de poco tiempo murieron tres amigos y compañeros de profesión con los que había convivido en Nueva York. Juan Carlos Gumucio, Julio Anguita Parrado y Ricardo Ortega. La muerte de Ricardo me pesó mucho, me enteré cuando ya estaba en Roma y me llamaron de la Cadena SER para pedirme una valoración de su figura como periodista. Me cuesta ver NY sin pensar en él porque nos pasabamos la mayor parte del tiempo juntos. Mientras escribía el libro estaba convencido de que no iba a volver, pero cuando ya lo había enviado regresé y añadí unas líneas para contarlo. Decidí escribir el libro para incluirles a los tres, porque si hablas mucho de ellos parece que están menos muertos.

¿Describe Nueva York como una ciudad intensa en la que siempre es presente?

Así es. Es la única ciudad del mundo en la que no hay jubilados y los que todvía quedan es porque son demasiado pobres como para poder marcharse a otro sitio. La clase alta neoyorquina, cuando se retira se va a otro sitio. NY es una ciudad en perpetua adolescencia, llena de hormonas y testosterona porque se renueva de continuo, tiene una intensidad que no tiene ninguna otra. Allí continuamente es presente y eso se debe, seguramente, a que su pasado, tanto el remoto como el próximo, nunca fue glorioso. Fue la ciudad traidora en la guerra civil, en los años 80 era una calamidad... También creo que esa juventud tiene que ver con la ausencia de tradición, que deberían encarnar las personas mayores que ya no están.
NY son los recien llegados, los inmigrantes... pero no hay la memoria colectiva que es excesiva en BCN. Nueva York es "ahora", hace 10 años el actual NY no existía, porque la mitad de su población todavía no había llegado... El movimiento de población dentro fuera me parece que es del 25% cada 10 años, así que en un tiempo la población ha cambiado. No existe el "neoyorquino de toda la vida". Cuando llegas eres uno más, no como en París, por ejemplo, que si no tienes un buen acento francés no terminas de integrarte.